VIAJE A UN MUNDO OLVIDADO

Jordi Esteva.

Editorial: Galaxia Gutenberg.

Por: Antonio Picazo. Escritor y periodista. Especializado en reportajes de viajes. Es crítico de literatura de viajes, naturaleza, antropología y narrativa.

Viajes de lo oscuro a lo claro, y viceversa

  Si el libro anterior de Jordi Esteva, El impulso nómada (2021), era, y es, un texto de memorias, este Viaje a un mundo olvidado, que se supone que debería ser la segunda parte, o al menos la transmisión final de El Impulso…, no es tanto así. Claro que contiene el soporte del recuerdo, y que a lo largo del libro hay señas y señales cómplices desde y hacia una vida pasada, pero es que también las hay, aunque pocas pero presentes y preocupantes, de cara al futuro. Vaya, a Jordi Esteva le empieza a inquietar la memoria del porvenir.

  Jordi ahora camina por una selva distinta, diferente a aquel parque de atracciones oriental donde correteaba un jovenzuelo impulsivo y experimentador. Quiere contarnos su trayecto como profesional de la imagen, del periodismo, de la literatura, pero también detalles del sedimento de una vida, en tantos frentes extrema. Y además, se infiltra en la jungla del vivir la velocidad de la lentitud, dando tientos etnográficos que si bien, en rigor, no le convierten en un antropólogo al uso, sí al menos, lo trasfiguran en un diletante de la etnocultura. Esteva ha crecido hasta la sensata madurez y ahora, por lo que se nota en alguna que otra frase a lo largo de las páginas de Viaje a un mundo olvidado, y como diría Salvador Espriu, él contempla cómo por los caminos de la tarde se le está yendo tranquila la mirada.

         Con frecuencia habla en tono fotográfico, sobre el beneficio y maleficio de la fotografía, cómo el que toma la imagen, un segundo antes de oír el click del disparo, siente el clack de la foto perfecta, o a veces, el mal efecto contrario de lo que se pretende. Y ese sentido, esa visión, se nota mucho en el libro. De hecho muchas descripciones resultan mucho más fotográficas que literarias, por ejemplo, las escenas de un trayecto en microbús por una carretera de Costa de Marfil.

         Y varias son las fotografías de Esteva que se intercalan en el libro, muchas de ellas retratos, y la mayoría de estos con un rotundo mogollón de nitidez y alma a porcentajes iguales. En especial aquellas imágenes que recogen el antes, durante y después de los ritos y escenas de la santería africana, en este caso de Costa de Marfil (aunque también en la tanzana isla de Pemba). Porque este asunto ocupa una buena parte de las páginas de Viaje a un mundo olvidado. La parte más oscura de las casi trescientas páginas del libro.

  Inevitablemente, la presencia y testimonio en los ritos espiritistas del visitante Esteva, no dejan de manifestarse desde la posición externa, la que supone la figura de Jordi como elemento extranjero/extraño, ni él, ni el lector, pueden creerse otra cosa. Y por mucho que se quiera ser comprensivo con el fenómeno, el espiritismo africano, y sus tentáculos americanos, este es un asunto de neurociencia, fe, poder, mangoneo sacerdotal, fetichismo, sugestión, idolatría, posesión, éxtasis, trance, mística, refugio, fraude o, como mucho, en otro orden menos sombrío y más probable: otras realidades y estados de consciencia, creencias ancestrales provocadas, en todo caso, mediante acelerantes químico/psíquicos, o bien culturales, con sonidos de tambores, hilos de leyendas, etc.; demasiados asuntos para un extraño que, al fin y al cabo, está de paso por mucho que su interés sea serio, honesto y, eso, compresivo. El viajero es un visitante, no un habitante.

  Esteva dice que el espiritismo es un elemento de cohesión de la comunidad, sin embargo, ¿de qué comunidad? ¿la de los hechiceros (o feticheuses)? Porque unas líneas antes de esta afirmación, comenta que en el pueblo cercano ignoraban a los komián y compañía. Igual que el escepticismo tiene un límite, la creencia también lo tiene. ¿Dónde hay sangre más licor y, en su medida espanto, eso quizá sea respetable, pero es un mundo loable? El espiritismo africano, el duro, es un universo repleto de represión, prohibiciones, castigos, miedo, todo muy agobiante, manipulador y angustioso: no, no-es-loable.

  Como viajero de largo y variado recorrido, Jordi se asoma, pues, a las verdaderas experiencias, pero eso, solo se asoma. Y son, sí, otras realidades diferentes a las cartesianas, pero con defectos equivalentes: “Un mundo dominado además por recelos, envidias y rivalidades incluso entre sus mismos sacerdotes”.

  La misma honestidad del autor reconoce que sus observaciones son eso, observaciones más que conclusiones, esto, como enfrentamiento a la soberbia de los soberbios académicos -algún encontronazo tiene el autor con un experto (una experta) de estos, tan seguros de sí mismos por saber mucho de algo y acomplejados por saber mucho solo de ese algo.

  Mucho mejores, y menos confusos, más claros y limpios resultan los capítulos fuera del ambiente espiritista de Costa de Marfil y Pemba. Por cierto, curiosa la semejanza pancultural de seres del bosque -esos que tienen los pies vueltos hacia atrás- con los que se encuentran en selvas amazónicas. También hay en el libro otros detalles de semejanza argumental en ritos, mitos y leyendas de sitios lejanos, alejados en distancia pero, al parecer, cercanos en creencias.

  En fin, que el libro gana claridad, nitidez y hasta en aseo, cuando sale de Costa de Marfil. La parte que se desarrolla en Omán, Yemen, Sudán, o también en la costa suajili, Zanzíbar y Mombasa, levanta la tersura del texto. Igual ocurre con el viaje a Socotra. Interesante la explicación sobre la presencia de Omán y los árabes en las costas del este de África, tan tratantes de esclavos ellos. Es de comprender, pues, la pasión del autor por el mundo árabe, justificada en tantos de sus relatos, pero que, vaya, eso sí, resulta un tanto machacona.

         Y si se habla de lustre, ya no digamos cuando aflora el brillo con el legado de los recuerdos entrañables, los que se posan suavemente sobre los hombros de Jordi Esteva, el cual se siente en la evocación como entre el vapor de un hammám. Sigue recordando a su padre con el mismo cariño y la misma nostalgia que ya expresó en uno de los mejores momentos de El Impulso nómada. Cómo de bien fluye el relato cuando habla de su infancia, de su madre, sus hermanas, de su profesora, de su pasado, cuanto más lejano más emocional y hasta idolatrado. Y es que el paraíso viajero de Jordi Esteva no está en sus viajes de adulto, sino en la evocación de su infancia y en aquellos viajes que entonces realizó de forma imaginaria.

  Pero a Don Jordi Esteva se le ve, se le siente, cansado, repartiendo ese cansancio entre la edad y el desencanto de la globalización exterminadora de su mundo conocido. Pero conserva la sinceridad y honestidad de siempre, y la humildad. Cuando un viajero alcanza la humildad, ya se puede considerar liberado del largo ciclo de las reencarnaciones, y de la pesada rueda de los viajes.

  Lo mejor:         -La honestidad, sinceridad y falta de posturas viajero-literarias del autor.

                       -El detenimiento y ajuste del viaje al ritmo que demanda la verdadera y detenida observación y el eterno aprendizaje.

  Lo peor:   -La inevitable sensación de rechazo que producen el ambiente y las escenas espiritistas, esas que manifiestan el poliédrico catálogo de sombras que contiene el, todavía por completar y terminar, cerebro humano.

Un comentario en “VIAJE A UN MUNDO OLVIDADO

  1. Cándido Palomo

    Gracias por la reseña. Ya sé que no me compraré el libro ni lo leeré en la biblioteca de Palencia. Lo que me sorprende de la reseña es leer esta frase: «Cuando un viajero alcanza la humildad, ya se puede considerar liberado del largo ciclo de las reencarnaciones, y de la pesada rueda de los viajes».
    Qué significa, que si yo, siendo humilde, muy humilde con las gentes que me encuentro entre un viaje entre Palencia y Lisboa, ya no necesito viajar más, pues he alcanzado el samadhi? Y que los viajes son pesados, como una molestia de la que hay que trascender?
    Buscando saber más sobre el autor de ese libro, oí en una entrevista de radio que afirmaba no ser un «coleccionista de países» y que por ello jamás iría a «Guatemala, Mongolia y Papúa Nueva Guinea». Menciona precisamente esos 3 países, que deben de ser interesantísimos. Claro, el hombre no es un viajero en absoluto; de joven partió hacia la India junto a varios compañeros porque era la moda en los años 60/70 del siglo XX, y jamás regresó pues no le gustó el país con sus costumbres y religiones. Sin embargo, se fijó en el mundo musulmán y visitó algunos países que siguen esa religión en el vecino continente de África. Y nada más, jamás ha dado una vuelta al mundo, jamás cogerá el tren transiberiano desde Moscú hasta Vladivostok, jamás irá a Guatemala, Mongolia o Papúa Nueva Guinea. El hombre no es un viajero, y él mismo lo afirma. Entonces su libro no está dirigido a los viajeros, pues no es de viajes, sino de sus estancias cortas en algunos países africanos para hablarnos de espiritismo, de su inclinación hacia las personas de sexo masculino, de las substancias piscoactivas que tomaba y de la marihuana que fumaba como un carretero, etc.
    Volviendo a la frase de la reseña sobre la humildad, parece que va dirigida a ti mismo, parece que tratas de justificar el porqué tú ya no viajas más.
    En fin, ese libro no debería estar en ninguna sección de viajes y no debería aconsejarse leer a las personas jóvenes, cuya personalidad se está formando. Además, hasta la portada donde se le ve fumando provoca rechazo. Hay libros de viajeros de verdad, y son españoles. Algunos ya te los recomendé reseñar hace poco (entre ellos el de José Antonio Ruiz «El loco del Congo»), pero no me hiciste caso.

    Me gusta

Deja un comentario